Luego de leer tu blog puse manos a la obra para rendir un homenaje personal al gran don Tuito. Luego de 30 largos años pretendo cumplir con esta enorme deuda de cariño mediante una semblanza que adjunto. Los hombres buenos existen y yo y muchos muchachos que vivimos en Salamanca lo sabemos porque lo conocimos y aún lo apreciamos;y queremos gritar al mundo que tipos nobles como él - Augusto Perez Carmelino era su nombre - iluminan el mundo de los adolescentes y hacen que la tierra sea un mejor lugar para vivir. Este artículo lo he colgado en la página web www.jorgeandujar.com.y lo comparto contigo y tus seguidores para que se conozca y se sepa sobre este noble ser humano que por fortuna conocí cuando era un adolescente.
Saludos y gracias por todo,
Jorge Andújar
DON TUITO UN VECINO NOTABLE , MUY RECORDADO POR MUCHAS GENERACIONES SALAMANQUINAS,FUE UNO DE LOS QUE SIEMPRE APOYABA A NUESTRA JUVENTUD QUE TAN NECESARIAS SON EN ESOS MOMENTOS.
EL APOYABA A LOS EVENTOS DEPORTIVOS, SUS PALABRAS SIEMPRE ERAN DE ALIENTO, AMABLE RESPETUOSO, Y CARIÑOSO, TRABAJABA DESINTERESADAMENTE POR NUESTRA JUVENTUD, SIN BUSCAR RECOMPENSA O ALGUN TIPO DE LUCRO MUY POR EL CONTRARIO SE LE DEBE MUCHO POR LA LABOR QUE HIZO AQUI EN NUESTRA URBANIZACION.
SIEMPRE USANDO EL CARRO FORD TRANSIT VERDE , EN EL CUAL LLEVABA A JUGAR A CLUBES GRANDES .
ES CONSIDERADO UN CABALLERO Y UNA GRAN PERSONA QUE DIFICILMENTE PODRA SER REMPLAZADO, DE UNA PERSONALIDAD MUY ALTA, INCLUSO EN SU RECONOCIMIENTO TENEMOS UN PARQUE QUE SE LLAMA DON TUITO, TENIA MUCHOS POYECTOS EN MENTE COMO ERA, LA CONSTRUCCION DE UN ESTADIO CON TRIBUNA EN EL PARQUE QUE ESTA UBICADO EN LA ESPALDA DEL SANTA ISABEL.
ELOGIO A DON TUITO POR JORGE ANDUJAR
Cada vez que mis recuerdos de infancia se agolpan a la
mente recurren a ésta, invariablemente, dos personajes. En
verdad un personaje y un escenario. El escenario es
Salamanca de Monterrico, simpática urbanización de clase
media donde se desarrolló toda mi infancia y buena parte
de mi juventud. El personaje es el famoso don Tuito, como
con respeto lo llamábamos toda una legión de muchachos
de finales de los años 70.
Siempre he sentido una enorme deuda con él por su
nobleza y generosidad para con los jóvenes. A pesar de que
alguna vez intenté organizar un homenaje público, jamás
pude trasmitirle los sentimientos que infundía. Estoy seguro
que él sintió ese silente cariño que le tributaron durante
años toda una generación de chicos que jugábamos
apasionadamente al fulbito. Esta breve semblanza tratará
de cumplir, al fin, con esta antigua deuda de honor y amor
que cargo desde hace más de 30 años.
Su nombre verdadero es Augusto Perez Carmelino. Era
alto, de tez blanca y de contextura delgada, con bigotes
prominentes y al final de sus días consumado corto de
vista. Por su altura y delgadez, sin contar con su innata
caballerosidad, siempre le vi un raro parecido con El
Quijote. Todos lo reconocíamos simplemente como don
Tuito, diminutivo que sospecho derivaría de su nombre de
pila. A juzgar por algunos comentarios provenía de una
conocida familia de altos oficiales militares, ligada a los
Salmón y otras familias acomodadas.
Nadie acaso puede asegurar cuándo apareció en la vida de
los muchachos peloteros del barrio. Andaría ya por un poco
mas de sus 50 años cuando tuve la fortuna de conocerlo. Él
auspiciaba y ejecutaba las competencias deportivas de los
que estábamos en la categoría de mini calichín y luego
pasamos a la superior de calichines. Con su mesurada
emoción y perseverancia espartana organizó los primeros
grandes campeonatos en la mítica canchita de la 4ta.
etapa. Allí se enfrentaban en duro combate todos los
equipos de Salamanca y alrededores en una fiesta y
algarabía general.
De todos los múltiples equipos que apoyaba y lo
respetaban, Milan, Chabelo, Angamos, Bilbao, etc, su
corazón estaba ciertamente con el de nosotros: los
Dragones y su formación alterna Dexa Dragones. El era
nuestra alma y el guía indiscutible. Proporcionaba las
camisetas, armaba el cuadro, compraba las canilleras y nos
entrenaba con una dedicación propia de un benévolo padre.
Al final, cuando campeonábamos – lo que sucedía casi
siempre -, por derecho propio elevaba sobre su cabeza la
copa vencedora.
Pero su labor iba mucho más allá que la del desinteresado
promotor de campeonatos. Si ello fuese así su recuerdo no
hubiese permanecido. Al mando de un modesto micro de su
propiedad de la línea Miraflores-Barranco nos recogía,
llevaba y orientaba en eventos deportivos que se llevaban a
cabo en distintas partes de Lima. Gracias a él pude conocer
y jugar inolvidables partidos en el Circolo Sportivo Italiano,
el Club Miraflores, Lima Cricket, Lawn Tennis y en canchas
privadas en Chaclacayo, San Isidro y muchas más. Por
medio de estas competencias nos inculcaba el amor al
deporte y el desprecio por las drogas, que ya por entonces
hacía estragos en los adolescentes.
Él grande don Tuito jamás cobró dinero alguno por sus
invalorables servicios. Incluso cuando un jugador en una
pelota dividida sufría una lesión, él sacaba prestamente un
maletín y aplicaba el ungüento reparador y el bálsamo
adecuado. Colocaba las vendas y asumía, sin decir a nadie,
los gastos médicos. Pienso que él se sentía suficientemente
gratificado por el cariño de sus muchachos y de sus padres.
Entre ellos mi padre, que lo quiere porque acaso siempre
pensó que esa permanente labor de guía y apoyo la
hubiese querido hacer él mismo.
El, a quien la vida no le pudo dar hijos y esposa, parece
que en el último tramo de su existencia pudo conocer la
íntima felicidad de hallar en la muchachada pelotera los
hijos que nunca tuvo y descubrir su vocación profunda.
Cuando en los 80, ya lejos del barrio, me enteré de su
fallecimiento dejé todo y corrí a su velorio y confundido en
un mar humano le di, como muchos otros, las gracias por
su bondad. Así cuando la vida se pone dura y mezquina y
advierto que la gente se preocupa solamente por tener y
acumular dinero y poder, me sale al paso su noble figura.
Un hombre sencillo y sano que encontró en la
desinteresada entrega a los chicos la verdadera vocación de
su vida. Por eso sospecho que, porque hizo lo que su
corazón le ordenó, pudo alcanzar finalmente la felicidad y la
gloria.
Nunca lo noté enojado, ni lo hallé en trance de polemista.
Siempre andaba sereno, tranquilo y conciliador; y
apaciguador cuando debía. Ahora yo que ya me aproximo a
los 50 años, la edad en la que él comenzó su magisterio
social, lo evoco y preparo estas líneas para que se conozca
en el mundo entero que los hombres buenos existen. Que
yo conocí uno. Y lo hago con el mismo aprecio o más aún,
del que me animaba cuando era apenas un imberbe.
Gracias don Tuito, donde quiera que estés. Ahora que ya
tienes un parque en tu honor, recibe este modesto
homenaje de mi parte y los de mi generación que crecieron
con tu ejemplo
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